En Islas de Calor, de Malu Furche, los personajes se mueven en un mundo muy hostil, que puede estar cercano. “En una sociedad capitalista como la nuestra, donde el egoísmo es una virtud, es fácil que nos sintamos solos”, precisa la autora (por Mario Rodríguez Órdenes)
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Son singulares los encuentros en este mundo envuelto por la pandemia. A María Luisa Furche Rossé, Malu para sus cercanos, la conocí a través del programa de conversación El fin del mundo, de Ana Josefa Silva y Marco Antonio de la Parra.
Acaba de publicar Islas de Calor (La Pollera Ediciones, 2022), donde los personajes se ven enfrentados a una crisis climática que se sale de control. Malu estuvo en Nueva York desde septiembre de 2018 hasta fines de agosto del 2020, donde terminó el libro. Enfrentó la inmensidad de Nueva York, en los peores días de la pandemia junto a su pareja, el talquino Ricardo Rojas Navarro y su maravillosa gata negra, Nani.
Malu, estoy seguro que Nueva York le cambió la vida. ¿Me equivoco? “No se equivoca”, comenta esta joven proveniente de Temuco, que toma su lugar en la narrativa nacional.
María Luisa Furche Rossé (Temuco, 1988), es master en Escritura Creativa por la Universidad de Nueva York y licenciada en Estética en la Universidad Católica. Ha sido guionista en proyectos para cine y televisión. Entre ellos el documental Robar a Rodin. Actualmente codirige el cortometraje Petra y el sol y escribe el guion de uno de los cuentos de Islas de Calor.
Isla de calor es un pavoroso mundo posible. ¿Cómo lo fue articulando?
“La idea de este mundo posible donde el calor comienza y no termina más, partió un día de diciembre, un poco antes de Navidad, cuando en Santiago había una ola de calor súper intensa. Ese día, más o menos a la hora de almuerzo, iba yo en bicicleta y me tocó un semáforo en rojo, en una esquina que justo daba a una feria navideña. De pronto contemplé a un montón de gente muerta de calor, comprando sus regalos de Navidad y pensé: ¿qué pasaría si esto no acabara más? ¿Cómo sería nuestra vida? ¿Nos acostumbraríamos? ¿Qué harían las autoridades? Entonces empecé a escribir los cuentos”.
Es un mundo que se nos viene encima…
“El arte y la ciencia siempre se han relacionado; tanto la literatura, como la música, las artes visuales, plásticas, etcétera, están pendientes de los cambios y problemáticas que acontecen en el mundo, de otro modo el trabajo artístico se transformaría en pura producción vacía”.
Su formación viene del ámbito audiovisual. ¿Le costó cambiar el relato visual con las estrategias que tiene el cuento?
“Sí, porque son lenguajes muy distintos, y cada uno tiene diferentes necesidades. El audiovisual tiene que ver con la relación espacio tiempo, donde es importante pensar qué cosas elegimos contar en 90 o 120 minutos; mientras que la literatura te permite explorar otras líneas narrativas que se escapan en distintas direcciones, hay menos limitaciones. Además, en el audiovisual vemos y escuchamos todo lo que está puesto en pantalla, mientras que en la literatura el lector o lectora termina de imaginar y completar el mundo, por lo que se puede jugar con la ambigüedad mucho más”.
Sus personajes, como Pastora, son constantemente oprimidos por lo cotidiano. ¿Acaso vivimos todavía en un mundo profundamente machista?
“De todas maneras. La violencia machista aparece cada día y es física: hay femicidios, violaciones, golpes, etcétera; pero también sicológica e institucional. Por ejemplo, las mujeres todavía ganan un 20,4% menos que los hombres, y dedican el doble de tiempo a labores domésticas y trabajos no remunerados, lo que limita su participación en espacios públicos y políticos. Todas esas situaciones son absolutamente machistas y violentas”.
En un cuento anterior, Madera, capté esa sensación de que Gabriel, uno de los protagonistas del cuento, no tiene escape… ¿Esa desolación es un rasgo de nuestros tiempos?
“Yo creo que de alguna manera sí… En una sociedad capitalista como la nuestra, donde el egoísmo es una virtud, es fácil que nos sintamos solos. Ahora, a mí también me interesa explorar la bondad, los personajes que se encuentran; buscar algo de esperanza incluso en los contextos más duros, como en la ola de calor de mi libro, o en la enfermera que cuida a Don Gabriel”.
¿Cómo surge su maestría en creación literaria en la Universidad de Nueva York?
“A mí siempre me ha gustado estudiar y luego de terminar mi pre grado empecé a buscar programas de post grado ligados a la escritura y literatura, que es lo que más me gusta. Ahí encontré este máster en la Universidad de Nueva York, postulé y quedé. Luego, apliqué a Becas Chile, un programa del Estado que financia estudios tanto en Chile como en el extranjero, y gracias a eso pude cursar la maestría”.
Fue clave para terminar Islas de calor…
“Sí, durante la maestría tuve la oportunidad de compartir con escritores y escritoras de Latinoamérica, que me leyeron con cariño y rigurosidad, e hicieron grandes aportes a mi trabajo como autora. Además, tuve el privilegio de solo dedicarme a leer y escribir durante dos años”.
El viaje coincidió con uno de los momentos más duros de la pandemia. ¿Sintió miedo?
“Sí, claro que sentí miedo, pero no tanto por mi situación, yo estaba en un lugar seguro, como mi pareja y mi gata Nina. No necesitábamos mucho más que a nosotros mismos para estar bien. Pero sí me asustaba que a mi familia en Chile le pasara algo y yo estar lejos, y también la sensación de incertidumbre en el mundo”.
¿Sintió en Nueva York el peso de la pandemia?
“Creo que lo más tremendo vino después, cuando empecé a salir nuevamente y NY parecía una ciudad abandonada. No había turistas y muchos neoyorquinos salieron de la ciudad, debido a la cantidad contagios y muertos que hubo en la primera ola del COVID. Entonces, se notaba mucho más la pobreza y la decadencia de la ciudad. Lo más impactante fue cruzar Manhattan en bicicleta y ver el Central Park, vacío. Lo mismo que Times Square o la Grand Central, lugares icónicos siempre repletos, donde ahora casi no había gente”.
¿Cómo se fue desarrollando el curso de maestría en esas condiciones extremas?
“Empezamos a tener clases virtuales y tuvimos una graduación online. Recién ahora habrá una ceremonia de graduación para la generación de 2020 y 2021, que dejaron de ir presencialmente a la universidad”.
Entiendo que la profesora de uno de los talleres fue la escritora chilena Lina Meruane. ¿Cómo fue la experiencia?
“Increíble. Lina Meruane es una profesora muy dedicada y estimulante. Te lee con atención, es estricta, pero también respeta mucho lo que quieren hacer los autores y las autoras. Aprendí mucho de ella, fue un lujo tenerla de profe”.
Malu, ¿muy lectora?
“No sé cuánto es muy lectora, pero sí me gusta mucho leer. Poesía y textos de ficción, sobre todo”.
¿Qué libros reconoce como decisivos en su formación?
“Es una pregunta difícil, pero leer a Bolaño de más joven cambió mi relación con la literatura. También soy muy fan de las autoras argentinas, en particular Mariana Enríquez y Selva Almada. Además, agregaría a Alice Munro y Ana Paula Maia (una escritora brasileña tremenda). También me gusta mucho la poesía de Tellier, Watanabe y Wislawa Szymborska”.
¿Pudo ir a las grandes bibliotecas de la city?
“Sí, me gustaba mucho visitarlas. A veces llevaba mi computador y me ponía a trabajar en los grandes salones, y también aprovechaba de mirar las exhibiciones que se hacían”.
¿Conoció algo de la ciudad o estuvo virtualmente encerrada en su departamento?
“Sí, salí mucho, aunque es difícil terminar de conocer Nueva York. Es una ciudad inmensa, llena de personas y lugares interesantes, extraños, bellos, feos, sucios, cautivadores. Es increíble, pero de verdad que hay de todo y de todos. Pero en los dos años que estuve allí traté de aprovechar la ciudad, caminar, buscar plazas pequeñas, museos, calles, bares, librerías que me gustaran”.
En su formación también fue fundamental Buñuel y Donoso. Sucintamente, ¿que aprendió de ellos?
“De Donoso me gusta mucho como explora la oscuridad, y a la vez trabaja la ironía haciendo una tremenda crítica de clases. De Buñuel admiro su fuerza, su concentración, y el no tenerles miedo a las historias. En particular de Buñuel recomiendo sus memorias, el libro se llama: Mi último suspiro, es muy interesante para entender cómo llevó a cabo su obra y también su relación con su familia, amigos, Dios y ciertos lugares que lo marcaron”.
¿Tuvo algún profesor que la haya marcado en esa estadía en Nueva York?
“Sí, Sergio Chefjec, escritor argentino, que murió hace unas pocas semanas. Él también fue un maestro para mí, me acompañó mucho en mi trabajo como autora, pero de una manera muy cálida y cercana, siempre atento, siempre de bajo perfil. Sergio fue un escritor increíble, además. En Chile sus libros los edita la editorial Kindberg. Lo recomiendo por montón. Vamos a extrañar mucho a Sergio”.
¿Qué viene ahora en su creación?
“Estoy intentando trabajar en una novela, ambientada en la fiesta de la Tirana. Vamos a ver qué sale, pero es un proyecto que me entusiasma mucho”.
¿Vuelve a los guiones, o quedó atrapada con los cuentos?
“Qué chistoso, creo que estoy atrapada en la literatura, pero también sigo trabajando en cine, en específico como guionista para largometrajes de ficción y co dirigiendo un cortometraje que está quedando súper interesante. Se llama Petra y el Sol, y esperamos grabarlo en 2023”.