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El estadio más bonito del mundo

Por Ciudadano Kein

 

López cuenta que recuerda perfectamente el día que su papá lo llevó por primera vez al Fiscal. Asegura que tenía seis años. Dice que fue para la definición del título de segunda de 1988 con San Felipe. Eran dos partidos. En el de ida ganó el Uni-Uní 4-2. Y en la vuelta, con López sentado en la galería, Rangers venció 2-0 llevándose su primer título profesional.

Fue raro. Su papá no era hincha. No recuerda que hablara del equipo, tampoco que escuchara los programas deportivos de la radio, ni que asistiera regularmente al Fiscal. Pero ese día le dijo a su mamá que se lo llevaba al estadio y que le buscara la chomba por si le daba frío a la vuelta. El pequeño López sabía de Rangers por sus amigos con los que jugaba las pichangas en la cancha de tierra a tres cuadras de su casa. Le gustaba la camiseta desteñida que el gordo Videla usaba creyéndose Hermes Navarro. Así es que ese día lo que menos le preocupaba era el resultado. Sin embargo, el estadio lleno, la gente vestida de rojo y negro, el estallido tras los goles y, claro, la celebración del título, le aceleraban el corazón.

Entonces, no fueron los goles de Navarro, ni los cruces de Lindolfo Sepúlveda, ni las atajas de Biondi, ni los pases de Pablo Prieto, los que hicieron la diferencia. Fue el estadio, fueron los hinchas, lo que sedujo a un López de seis años. Yo lo escuchaba y trataba de recordar mi primer partido en el Santa Laura. Debió ser, porque no lo recuerdo exactamente, un sábado de los ochenta, ni siquiera me grabé el rival ni el resultado. Pero fue suficiente, supongo, para que tiempo después, cuando te empiezan a preguntar cuál es tu equipo, respondiera casi con orgullo que era hincha de la Unión Española. Después López, cuando se fue a estudiar a la Usach, empezó con eso de que al Rangers había que verlo en el Fiscal y solo en el Fiscal, y no se le ocurría ir a los partidos que jugaba en Santiago.

Pero cuando regresó a Talca tampoco volvió al estadio. Pero ese día del 88, de regreso a la casa, con la chomba aún amarrada a la cintura, en lo único que López pensaba es que el Fiscal era el estadio más bonito del mundo.

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